Sabía que vendrías, perfume de albor, estabas
prometida a mi llanto.
Yo así te concebía: hemisférica, himen del sueño,
disección de clímax,
hipo tiernamente amamantado
con leche de ubres conversas,
oreándote junto al órgano genital de los árboles infecciosos,
insolencia púber del arriate en fiesta. Obvia, unas veces,
atalaya de intención diamantina, mástil en el paisaje humano
de palmeras jorobadas. Otras, apenas, mácula oculta,
gacela encinta de su propio espanto, máscara que sajela
su tocado de impostura, ajetreo de crines,
oscurísimos gestos
como tumbas de infancia.
No receles, hurí, consiente el beso, vegetalízame el tacto.
Déjame ver en tu rostro el busto elemental del mundo,
el eje oblicuo
de su lunar originario, la celosía que enmaraña
tu larga mirada de antimonio, la eterna apostasía
en llamas de tu estanque,
tu último nenúfar.
Los nudos del tiempo III. Al-Andalus en la poesía actual cordobesa.
Nizam Editorial